Revisar que los animales a consumir tengan las señales necesarias (rumiantes y pezuña partida) para considerarlos kasher (aptos para su consumo).

“Hablad a los hijos de Israel y decidles: Estos son los animales que comeréis de entre todos los animales que hay sobre la tierra. De entre los animales, todo el que tiene pezuña hendida y que rumia, este comeréis.” (Levítico 11:2 RV60)

Explicación del mandamiento:

La primera característica que debe poseer los animales terrestres que pueden ser consumidos por el pueblo de Israel es el tener pezuña hendida, es decir, su pezuña debe estar partida. La segunda característica de los animales aptos para el consumo humano es la rumiación, lo que significa que deben ser animales que una vez que masticaron sus alimentos, y estos ya habiendo viajado a las cavidades estomacales, los regresan nuevamente y los vuelven a masticar una vez más. Como ejemplo de los animales que cumplen con AMBAS características tenemos a las vacas y a las ovejas.

¿Cuál es la importancia de obedecer este mandamiento?

En primer lugar, es un mandamiento dado por Dios que nos enseña a separar los alimentos, a distinguir entre cuáles animales comer y cuáles no son aptos para nuestro consumo. En segundo lugar, es una instrucción exclusiva para quienes forman parte del pueblo Israel, por lo que, si nosotros queremos ser parte de este pueblo, debemos guardar tanto este como los demás mandamientos, los cuales nos SEPARAN y APARTAN del resto de las naciones. En tercer lugar, podemos ver que al finalizar el capítulo 11 de Levítico, se menciona que no se debe siquiera tocar a los cadáveres de los animales impuros para así no contaminarnos, proporcionando como motivo una de las razones más importantes: “para que sean santos como Yo Soy Santo”.

Motivación del mandamiento.

Es fundamental el notar que el hecho de abstenernos de comer de todo tipo de animales y guardar el mandamiento solamente por sí mismo no es suficiente para alcanzar la santidad o para acercarnos más a Dios, pues lo realmente importante es la intención y la disposición al observar un mandamiento, hacerlo en esencia por obediencia, temor, agradecimiento y sobre todo, amor a Él. Si creemos que hemos sido salvos, apartados de entre todas las naciones, y que el Eterno tuvo misericordia de cada uno de nosotros, nuestra obediencia simplemente será el fruto de un corazón agradecido hacia Él, manifestando una obediencia con devoción y no por obligación.

Por otro lado, si sabemos que el Eterno es nuestro Creador, podemos confiar en que Él sabe lo que es mejor para nosotros, incluyendo nuestra salud. Y es por eso que al Señor también le interesa enseñarnos a distinguir entre lo que podemos comer y lo que no, discernir entre los animales aptos para comer y los que no lo son. Tal y como se nos muestra al finalizar el capítulo 11 de Levítico, en el versículo 47, donde se menciona el propósito de estas instrucciones:

“Para hacer diferencia entre lo inmundo y lo limpio, y entre los animales que se pueden comer y los animales que no se pueden comer.” (Levítico 11:47 RV60)

Aplicación práctica.

En nuestra vida diaria podemos poner en práctica este mandamiento día a día, pues en este mundo existen infinidad de alternativas a nuestra disposición, y, sin embargo, tenemos la posibilidad de discernir qué podemos hacer y qué no podemos hacer, aprender a abstenernos de cosas que al Eterno no le agradan, y en la medida que vayamos ejercitando el separar lo bueno de lo malo, lo limpio de lo impuro, lo que agrada a Dios de lo que no, llegará un punto en que esto se convertirá en un hábito incorporado en nuestro diario vivir. Al final, el propósito de todo esto es el lograr que sus mandamientos e instrucciones sean un estilo de vida, practicarlos y vivirlos de manera natural. Pero como todo proceso, es importante empezar con lo pequeño y más sencillo, en este caso, la alimentación, aprendiendo a hacer separación entre lo que es apto para comer y lo que no, y así poco a poco ir creciendo y aplicando este principio de separación en todas las demás áreas de la vida.

Conclusión:

Para concluir tengamos claro que no podemos hacer todo lo que el mundo nos permite hacer, sino que hemos sido llamados a hacer todo lo que al Eterno le agrada y le complace, y que en última instancia, el obedecerle siempre será para nuestro propio bienestar.

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