No ingerir animales impuros.

“Pero de los que rumian o que tienen pezuña, no comeréis estos: el camello, porque rumia pero no tiene pezuña hendida, lo tendréis por inmundo. También el conejo, porque rumia, pero no tiene pezuña, lo tendréis por inmundo. Asimismo la liebre, porque rumia, pero no tiene pezuña, la tendréis por inmunda. También el cerdo, porque tiene pezuñas, y es de pezuñas hendidas, pero no rumia, lo tendréis por inmundo. De la carne de ellos no comeréis, ni tocaréis su cuerpo muerto; los tendréis por inmundos.” (Levítico RV60)

Explicación del mandamiento:

Hasta este punto hemos visto todas las características tanto de los animales puros e impuros, siendo los primeros aquellos que rumian y tienen las pezuñas hendidas (partidas). El Señor es muy claro al manifestar que para que los animales sean aptos para comer deben poseer AMBAS características simultáneamente. Es interesante mencionar que una de las peculiaridades de los estos animales categorizados como “puros” es que son de las criaturas más limpias del reino animal.

Aplicación práctica del mandamiento.

La intención de este mandamiento la podemos resumir en lo descrito en Levítico 10:10-11:

“Para poder discernir entre lo santo y lo profano, y entre lo inmundo y lo limpio, y para enseñar a los hijos de Israel todos los estatutos que Jehová les ha dicho por medio de Moisés.” (Levítico 10:10-11 RV60).

Es evidente que el propósito de este tipo de instrucciones es que aprendamos a discernir entre lo bueno y lo malo, entre lo santo y lo profano, entre lo inmundo y lo limpio, y de esta manera podamos transmitir y enseñar a nuestros hijos y a las personas a nuestro alrededor a través de nuestro ejemplo los estatutos que el Eterno nos ha entregado por medio de Moisés. Y si nuestros hijos nos preguntan del porqué no debemos comer animales impuros, podamos responder que, en primer lugar, lo hacemos como un ejercicio práctico para aprender a discernir lo que es puro, limpio y santo, de lo impuro, malo y profano, y en segundo término por ser una ley dietética que ayuda a cuidar nuestra salud.

Consecuencias de violar el mandamiento.

En Ezequiel 22:26 se dice lo siguiente:

“Sus sacerdotes violaron mi ley, y contaminaron mis santuarios; entre lo santo y lo profano no hicieron diferencia, ni distinguieron entre inmundo y limpio; y de mis días de reposo apartaron sus ojos, y yo he sido profanado en medio de ellos”. (Ezequiel 22:26 RV60)

Aquí vemos claramente como los mismos sacerdotes violentaron su ley y contaminaron el santuario, al no hacer distinción ni diferencia entre lo santo y profano. Debemos comprender que el pecado no es algo estático, sino que va aumentando de manera gradual, incrementándose de menos a más, pues primero comenzamos con algo pequeño y poco a poco vamos escalando, hasta que llega un punto que perdemos nuestro sentido de discernimiento, y ya no somos capaces de distinguir entre lo bueno y lo malo, lo santo y lo profano, lo puro y lo impuro.

Conclusión:

En esencia, este es el objetivo de este tipo de mandamientos, agudizar cada vez más nuestra capacidad de discernimiento, para que cada vez seamos más diestros y tomemos decisiones de manera más acertada que vayan acorde a la voluntad del Eterno en cada una de las áreas de nuestra vida.

Tengamos como meta el poder decir un día delante del Eterno, lo mismo que expresó el apóstol Pedro en Hechos 10:14:

“Entonces Pedro dijo: Señor, no; porque ninguna cosa común o inmunda he comido jamás, porque ninguna cosa común e inmunda he comido jamás.” (Hechos 10:14 RV60).

¿Qué representaba esta declaración? Que detrás de la vida de Pedro había una observancia diligente de los mandamientos del Eterno. Busquemos emular dicha diligencia y disciplina en nuestras vidas, para poco a poco ir creciendo en nuestra fe y carácter como discípulos del Mesías.

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