Al momento de juzgar no tener consideración especial por el pobre.

Ni al pobre distinguirás en su causa. (Éxodo 23:3 RVR60)

Explicación del mandamiento.

Para comprender más claramente este mandamiento, es necesario entender el contexto del capítulo donde se encuentra, en el cual se habla acerca de la justicia, pues toda esta sección, estos capítulos y versículos, corresponden a una porción llamada Mishpatim, que se refiere al tema de la justicia, ya que en el judaísmo se divide el estudio de la Torá en secciones. Los mandamientos encontrados dentro de esta porción están relacionados con el orden de justicia, además de ser principalmente dirigidos a los jueces que habrían de emitir juicios en Israel. Si llevamos esto al plano personal, sabemos que de alguna manera, y en cierto grado, Dios ha llamado a cada uno de nosotros a ser un juez, primeramente de nosotros mismos, así como en nuestro hogar. El Eterno en muchas ocasiones nos coloca como jueces de nuestros propios hijos, algunos como pastores y a otros como maestros, o quizás en alguna empresa, fungiendo esta función o rol.

Por tanto, este capítulo de Éxodo 23 nos habla de ciertas aplicaciones que se tenían que tomar en cuenta, preceptos que se debían considerar al momento de tener alguna controversia entre dos personas. El mandamiento dice: “ni al pobre distinguirás en su causa”, es decir, cuando se presente en nuestras vidas un caso o un aspecto donde debamos “juzgar”, no debemos hacer distinción por el simple hecho de que la persona sea pobre. No es sencillo ser equitativo o justo, tener el equilibrio adecuado, por lo que la Torá nos exige imparcialidad absoluta, tal como lo refleja el símbolo de la justicia, representado con una mujer cargando una balanza y una espada, con los ojos vendados, pues expresa el ideal de que la justicia se debe aplicar en equilibrio, pero sin hacer distinción de personas.

Veamos lo que dice Levítico 19:15:

“no harás injusticia en el juicio, ni favoreciendo al pobre, ni complaciendo al grande, con justicia juzgarás a tu prójimo”

Aquí se nos ordena claramente no hacer injusticia en el juicio favoreciendo al pobre o complaciendo al grande, que podría ser alguien poderoso, rico y con influencias. Este es un precepto muy importante de la Torá, pues busca generar justicia, aspecto que representa uno de los más grandes atributos que podemos encontrar en Dios.

Cuando en la vida nos enfrentemos a situaciones muy complicadas de dolor, derivado de injusticias, la fe nos mantendrá a flote, con la plena certeza de que Él Eterno es justo y no se equivoca, así como también recordando que somos llamados a imitar a nuestro Padre en los cielos.

Retomando Éxodo 23, donde se nos ordena no distinguir al pobre en su causa, es decir, no hacer diferencia, no se refiere a negarle ayuda al pobre o no hacer misericordia, pero en una situación de juicio donde tuviésemos que dictaminar y juzgar en un caso, se nos manda dejar de lado el corazón, ya que en otras palabras dice:

“no digas, hay pobrecito es indigente, no hay que ser muy duro con él o es que tuvo una vida muy difícil y entonces por eso hizo esto”.

La Biblia dice claramente no hagas distinción de personas, Dios no hace distinción de personas. Aunque su situación social o económica sea muy complicada, debemos cumplir lo que dice la ley. Y esto también aplica en el caso del rico, pues no porque posea recursos y sea poderoso, no aplicarán ciertos preceptos hacia él. Dios busca la equidad y la justicia, y no debemos limitar el término “pobre” a los aspectos económicos o de estatus social, pues también puede referirse a un estado de debilidad emocional o psicológica, ya que, por ejemplo, alguien que viviera en orfandad, sin nadie más en el mundo, podría generar compasión y, por ende, en un juicio, justificar sus acciones y “aminorar” la sentencia, o inclusive afectar e influenciar el juicio llevado a cabo por el juez. Los jueces tienen que juzgar con justicia, hacer valer cada caso, si la persona es culpable, se le sentencie como culpable, si es inocente se le sentencie como inocente.

Conclusión:

Todo lo anterior también puede aplicarse en nuestra vida diaria, pues, por ejemplo, en el caso de los padres, en ocasiones no castigan con la severidad adecuada a uno de sus hijos simplemente por ser menor, en comparación a sus hermanos mayores, que, al cometer las mismas faltas, se les disciplina con mayor rigor. Nuestra labor es, no distinguir ni hacer diferencia, porque no queremos que Dios haga diferencia tampoco.

Este es un mandamiento muy breve, pero es de suma importancia considerarlo, pues a veces pensamos que la justicia solo favorece al rico o al poderoso, y eso no siempre es así, pues nosotros mismos podemos caer en este error de hacer distorsión, porque nos gane el corazón, porque al ver la situación queremos “ayudar” a la persona en “debilidad”, pero Dios dice no lo hagas, la justicia tiene que ser imparcial.

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