Que los sacerdotes no salgan del santuario en el momento del servicio.

“Ni saldréis de la puerta del tabernáculo de reunión, porque moriréis; por cuanto el aceite de la unción de Jehová está sobre vosotros. Y ellos hicieron conforme al dicho de Moisés” (Levítico 10:7 RV60

Explicación del mandamiento:

Para un mayor entendimiento del mandamiento, es importante determinar dónde, cuándo y quién debe cumplirlo. Si se hace una lectura superficial del mismo, es evidente que es necesaria la existencia del Gran Templo en Jerusalén para estar en condiciones de poder guardarlo.

No obstante, es relevante recordar que dicho mandamiento estaba presente desde el momento en que el pueblo de Israel se encontraba peregrinado en el desierto, donde contaban con el Tabernáculo de reunión, y fue hasta tiempo después que el Templo de Jerusalén fue edificado. Por tanto, de manera específica, este mandamiento está dirigido a los hombres y a los sacerdotes que servían tanto en el Tabernáculo como en el Templo de Jerusalén de acuerdo al momento histórico.

¿Cuál es el sentido de este mandamiento?

La esencia de este mandato básicamente es la importancia de no salir y dejar el servicio por cualquier motivo, pues lo anterior representa un desprecio hacia Dios. Si el sacerdote desobedecía y dejaba su servicio, manifestaba un menosprecio al Señor. Esto nos enseña que es Dios quien debe poseer la preeminencia en nuestras vidas y, por ende, las cosas de este mundo pasan a un segundo término.

¿Por qué se da este mandamiento?

Para entender el porqué el Señor ordenó este mandato, es necesario leer unos cuantos versículos previos y poder así comprender el contexto en el que Dios dio este mandamiento a los sacerdotes del Israel.

Leamos a continuación Levítico 10:1-3:

“Nadab y Abiú, hijos de Aarón, tomaron cada uno su incensario, y pusieron en ellos fuego, sobre el cual pusieron incienso, y ofrecieron delante de Jehová fuego extraño, que él nunca les mandó. Y salió fuego de delante de Jehová, y los quemó, y murieron delante de Jehová. Entonces dijo Moisés a Aarón: Esto es lo que habló Jehová, diciendo: En los que a mí se acercan me santificaré, y en presencia de todo el pueblo seré glorificado. Y Aarón calló.” (Levítico 10:1-3 RV60)

De la porción anterior podemos aprender la forma en la que debemos acercarnos a Dios, con una actitud de respeto, reverencia, y honra. Esto es muy importante comprenderlo, ya que en muchas ocasiones menospreciamos o no valoramos el servicio que realizamos para Dios dentro de la congregación, no le damos la importancia ni la seriedad que merece.

Cabe destacar que el mensaje del libro de Levítico se resume en lo siguiente: obediencia, purificación y santificación. Debemos recordar que para este momento, Dios ya había liberado al pueblo de Israel de la esclavitud, y ahora continuaría con la etapa de limpieza y descontaminación de todo lo que el pueblo traía consigo: la idolatría de Egipto, los pecados cometidos en Egipto, etc.

Si hay algo que debemos tener muy presente en nuestra mente y corazón es lo siguiente: el pueblo de Dios está llamado a la obediencia a Dios, siendo la esencia de dicha obediencia el amor, tal como lo vemos en 1 Juan 5:3:

“Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos (1 Juan 5:3 RV60)”.

Nuestro llamado es a la obediencia, lo cual nos lleva a nuestro camino hacia la santidad. Dios ha elegido a Su pueblo y lo ha redimido no por ser santo, sino, por el contrario, por ser el más insignificante, buscando así crear de este pueblo una gran nación. En otras palabras, NO LOS ELIGIÓ POR SER SANTOS, sino PARA SER SANTOS. De la misma manera, a nivel personal, Dios nos escoge a ti y a mí NO POR SER SANTOS, sino PARA SER SANTOS.

Podemos ver que Dios no toma a la ligera la desobediencia de Su Pueblo, lo que nos enseña de manera personal a cada uno de nosotros a darle el valor, importancia y respeto a nuestro servicio a Dios. Por ejemplo, al escuchar y estudiar Su Palabra, evitemos toda distracción, ya sea externa (celulares, ruidos, etc.) o interna (pensamientos, preocupaciones, etc.), o al celebrar el Shabat no debemos interrumpirlo con alguna cuestión laboral, pues Dios toma muy en serio la obediencia a sus mandamientos.

Si nos detenemos a leer Deuteronomio 28, donde se describen a detalle tanto las bendiciones por obedecer a Dios como las maldiciones por desobedecerle, comprenderemos por qué el Señor es tan enfático en seguir sus instrucciones tal y como Él lo ha determinado. Es por eso que en Deuteronomio 28:15 se nos dice:

“Pero acontecerá, si no oyeres la voz de Jehová tu Dios, para procurar cumplir todos sus mandamientos y sus estatutos que yo te intimo hoy, que vendrán sobre ti todas estas maldiciones, y te alcanzarán.” (Deuteronomio 28:15 RV60)

Esta advertencia se cumplió cabalmente, pues el pueblo de Israel, debido a su desobediencia, terminó exiliado en todas las naciones, tal y como Dios lo había hablado en caso de desobedecer a sus mandamientos. Sin embargo, la tendencia de la iglesia postmodernista es el crear un Dios a nuestra imagen dándole los atributos que nos gustaría que tuviera. No importando si se es católico, cristiano, judío o judío, mesiánico, la tendencia natural es el relajarnos en la observancia de los mandamientos, y de esta forma comenzamos a crear a un Dios a nuestra medida.

Retomando la porción de Levítico que analizamos en un inicio, en los versículos anteriores al capítulo 10 se describen las instrucciones dadas a Aarón y a sus hijos, quienes servirían como sumo sacerdote y sacerdotes respectivamente, y justo enseguida, comenzaron a desobedecer. El sacerdocio implica una especial responsabilidad, ya que este rol cumplía la función de intermediación entre el pueblo y Dios.

Según los estudiosos de la Biblia, los hijos de Aarón se tomaron la libertad de entrar al Tabernáculo cuando les plació, no cuando Dios les había prescrito, y ofrecieron fuego extraño en los incensarios, fuego que Dios nunca les mandó. Según Éxodo 30:9, una norma que había de cumplirse en el altar para quemar el incienso era no ofrecer sobre el incienso extraño. Dios les dio indicaciones específicas de cómo debía realizarse el servicio y después se plasmó por escrito, para evitar lo acontecido con Nadab y Abiu, hijos de Aarón.

En realidad no se sabe de dónde obtuvieron ese fuego extraño, pero lo que es claro fue la desobediencia que cometieron de la instrucción dada por Dios, queriendo llamar la atención sobre ellos mismos, y no dirigiéndola hacia Dios. Esto nos deja una gran lección, para que al realizar nuestro servicio, culto y adoración a Dios, lo hagamos con el respeto y la santidad que es debida, enfocados totalmente en dar honra y gloria a quien la merece, a nuestro Señor, y no exaltarnos a nosotros mismos.

Por otro lado, si aplicamos este principio a nuestros días, recordemos que, en general, hemos sido llamados a ser reyes y SACERDOTES (Apocalipsis 1:6), y así mismo, de manera particular, para los varones casados, estos han sido designados como los sacerdotes de su hogar, los cuales deben guiar y liderar a su familia. Por tanto, debemos asumir ese rol (tanto a nivel general como en el caso específico de los esposos) y comportarnos a la altura, ya que la responsabilidad es muy grande.

El ser revestidos de las ropas sacerdotales y poder presentarse ante Dios en el Tabernáculo no era algo menor. De la misma forma que no es algo menor el estar revestidos de la justicia de Yeshúa para poder presentarnos ante Dios como si no tuviésemos mancha alguna, tal como se describe en Gálatas 3:27:

“… Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. (Galatas 3:27 RV60)”.

Estamos revestidos en el bautizo por medio de Yeshúa, pues el bautismo representa nuestro nuevo nacimiento gracias a Su sangre que nos limpió, por lo que estamos llamados a obedecer sus mandamientos, en gratitud a ese sacrificio de Yeshúa en la cruz.

Conclusión:

Para concluir esta explicación, podemos resumir todo el análisis anterior de la siguiente manera:
“Si no cumplimos con sus mandamientos, entonces no le amamos”.

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